Buenos Aires VOLVER
Una naturaleza silvestre expresada en laberintos de islas, ríos y arroyos convierten a Tigre y a su Delta en un refugio para renovar energías. Exclusivas propuestas de relax y turismo activo se combinan en un escenario de riqueza excepcional.
"Cuando vaya a Buenos Aires quiero ir a ver a Dolina y a esa selva cercana a la ciudad", dijo Giuseppe, un viajero italiano que daba por descontado que yo sería su improvisada guía por la capital argentina. No me resultó tan sorprendente que un admirador de la cultura local -y cuyo conocimiento sobre el tango y Jorge Luis Borges avergonzaría a cualquier habitante de estas pampas- supiera de la existencia del famoso conductor radial. Pero su mención a "esa selva cercana a la ciudad", en clara referencia al Delta me llevó a pensar en esa extraña característica del ser humano de no valorizar aquello que se tiene más próximo.
No es demasiado lo que hay que transitar, una treintena de kilómetros, para llegar a Tigre, una localidad que permite entrometerse en la naturaleza virgen a través de laberínticas islas, ríos, arroyos y canales. Y sin embargo, penetrar en el Delta del Paraná es acceder a una idiosincrasia completamente diferente, donde las calles son cursos de agua, las veredas, orillas y los convencionales medios de transporte son suplantados por embarcaciones de todo tipo: botes a remo, kayaks, lanchas y catamaranes. Los límites de este paraíso ecológico son más difusos y la mayoría de las casas aún se identifican mejor por sus nombres que por las direcciones.
Asombra por igual a turistas extranjeros y locales cruzar en el río a lanchas almacenes, recolectoras de residuos, fletes acuáticos o un catamarán sanitario.
Sumado a estas particularidades, existe una copiosa vegetación que en determinados rincones asemeja a la selva misionera: juncales, lianas, alisos, sauces criollos, helechos y madreselvas son algunas de las especies que tapizan la agreste ribera.
Los escenarios de extrema pureza son ideales para aventurarse en actividades al aire libre como deportes acuáticos -el wakeboard en el río San Antonio se impone por estos días-, senderismo, avistaje de aves, salidas en bicicleta y cabalgatas.
También esta primera sección del Delta es un oasis de descanso. Rumbo 90º y Delta Eco Spa son exclusivos establecimientos donde es posible renovar energías. Piscinas, jacuzzis y spas con diversos tratamientos se complementan con sofisticadas propuestas gastronómicas. Resulta tentador probar sabores como el dorado en salsa cítrica o el creme caramel, un flan casero de nueces pecán con espuma de sambayón que sirven en Rumbo 90º. Otra placentera alternativa son los paseos bajo la luz de la luna llena que combinan navegaciones con cenas en paradisíacos paradores.
Juan Manuel, un isleño de ley, nos llevó a explorar una parte de ese universo acuático conformado por unos 350 cursos de agua. A bordo del Albardón IV de Natventure, recorrimos las arterias más clásicas, saludamos decenas de coloridos muelles y navegamos por uno de los parajes más bellos y menos conocidos de la región.
Después de desplazarnos por el arroyo Rama Negra, rodeado de álamos y construcciones típicamente isleñas, nos inmiscuimos en el Rama Negra Chico "un verdadero Amazonas", en palabras de nuestro avezado timonel. Hacia los cuatro puntos cardinales la naturaleza se presentaba todopoderosa. Las copas de los árboles se abrazaban en la altura apenas dejando filtrar los rayos de sol y las glicinas imprimían a la tarde su dulce aroma. La escasa profundidad del arroyuelo ladeado por matas de cañas nos obligó a trasladarnos temporalmente a la proa para compensar el peso trasero de la lancha, mientras que unos remeros venían en contracorriente disfrutando de las mansas aguas y la brisa.
De regreso a tierra firme, deambulamos por el área continental de Tigre, la que atesora una exquisita arquitectura de estilos victoriano, veneciano, art nouveau y colonial. Escuchamos, de parte de nuestras guías Natalia y Emilia, la historia de la ciudad, que entre fines del siglo XIX y comienzos del XX era frecuentada por la elite porteña como destino de veraneo; y también la leyenda del yaguareté que montado sobre un camalote atemorizó a los antiguos pobladores. De allí, que el partido De las Conchas cambiara su nombre por el de Tigre, en referencia al lugar donde habitaba el felino.
Imperdibles urbanos son el Puerto de Frutos, con su centro comercial considerado uno de los más importantes de Sudamérica a cielo descubierto; y el Paseo Victorica que ostenta una hermosa costanera sobre el río Luján, diversos clubes de remo y un circuito gastronómico, eje de la vida nocturna. Es casi obligatorio detenerse en Villa Julia, una lujosa mansión ideada por el ingeniero Maschwitz que además de alojamiento ofrece un restaurante para pasar distendidos momentos contemplando la ribera. Y sobre el final del Victorica se extiende el Museo de Arte Tigre, un majestuoso exponente de la Belle Epoque, emplazado donde funcionó el Tigre Club, que alberga obras de arte figurativo de los siglos XIX y XX.
Entre islas o en la ciudad, con una rica biodiversidad y aire puro, Tigre depara una escapada de relax donde el agua es bendita protagonista.
Verónica MartÃnez
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