Chubut VOLVER
La explosión de fauna marina que desborda las costas del litoral atlántico Sur se vuelve espectáculo para los ojos, escenario para grandes travesías y recuerdo imborrable para viajeros con ansias de encontrar la riqueza enorme que reposa entre caletas, bahías, puntas y playas.
Un día de abril las ballenas comenzaron a llegar a la Costa de Chubut como lo hacen todos los años. Para los guías experimentados y los científicos que recorren las aguas del Golfo Nuevo, entre Puerto Madryn y Península Valdés, no son animales anónimos, sino que tienen nombre propio y a veces basta con verles el lomo y las marcas para reconocerlas.
Luego, en junio llegaron los turistas enfundados en chalecos salvavidas a recorrer esas mismas aguas para deslumbrarse con el carisma único de los cetáceos, de los animales más grandes de todos los océanos. Animales que muchos tuvieron ese año nuevas crías a las enseñaron lo básico para sobrevivir. Alrededor del mes de octubre se ve a las ballenas adiestrando a los pequeños para saltar, rolar, sumergirse de nuevo. El espectáculo resultante siempre es único. Finalmente en diciembre, empiezan a irse, dejando atrás la calidez de estas latitudes para partir rumbo al Sur antártico. La sensación de que todo el atractivo se ha ido dura apenas un instante.
Sin las colas de las ballenas encandilando al visitante, una explosión de vida se revela en las costas de Chubut. Y está bien usado el plural, porque desde Puerto Lobos hasta Rada Tilly hay tanto para ver, tanto para hacer, tanto para descubrir que es difícil hablar de una sola costa. Miles de combinaciones posibles aguardan en los sitios clásicos, por todos conocidos, y en pequeños recodos del mapa que hasta hace muy poco no aparecían en el radar turístico. Existen estancias más famosas en Estados Unidos o en Francia que en Argentina; excursiones en kayak de mar que exploran islas solo habitadas por pájaros; pero también hay cantinas históricas y populares donde comer los mejores frutos de mar; y olas para surfear a minutos de la capital provincial. Todo esto en una franja de 500 kilómetros poblados de reservas naturales, áreas protegidas y nuevos parques nacionales.
Punto de partida
El inicio de este periplo se ubica en Península Valdés, a 1430 kilómetros de Buenos Aires. Esta intrusión de la tierra en el mar está flanqueada por tres golfos, San Matías y San José al Norte; el Golfo Nuevo Al sur. La une al continente el brevísimo istmo Florentino Ameghino, en donde se encuentran la portada de la Reserva Natural y el centro de interpretación por el que es menester pasar para entender a qué lugar se está llegando.
El punto siguiente en el mapa es Puerto Pirámides, único punto de partida autorizado para las embarcaciones que proveen avistajes de ballenas. Se trata de un pequeñísimo pueblo costero de apenas 500 habitantes, casi todos ellos volcados a lo que, si se permite la invención, podríamos llamar animales turísticos. No hay otro sitio con mejores condiciones para recorrer esta península única en el mundo por sus características, con excepción de los establecimientos agroturísticos vecinos (de gran nivel) como La Elvira o Rincón Chico. La pregunta es qué se hace aquí cuando las ballenas se están yendo. Se pueden encarar salidas de trekking, en bicicleta, 4x4 o en el propio vehículo para visitar los imperdibles de la zona. El epíteto le cabe a Punta Delgada, con su faro y sus playas, guarnecidas por acantilados, en donde se amuchan los elefantes marinos para multiplicarse o para cambiar de atuendo. En la misma categoría aparece Punta Cantor, otro apostadero de elefantes marinos, pero equipados sus alrededores con guardafauna permanente e instalaciones para el turismo (baños y bar ¡qué más para el semidesértico paisaje estepario!). El trío de notables se completa con Punta Norte, donde además de los elefantes paran lobos marinos. Esta reserva cuenta con un centro de interpretación autoguiado y cartelería, muy clara por cierto, que indica todas las zonas con acceso permitido.
Pero si ver la costa desde tierra es subyugante, hacerlo desde el agua es aún más interesante. Para eso, nada mejor que subirse a un kayak acompañados por expertos como los integrantes de la familia Benegas. La perspectiva cambia radicalmente, tanto como cuando se empieza a investigar bajo las aguas cómo se sustenta la explosión de fauna que habita las costas. El buceo es aquí la segunda actividad en importancia y a diferencia de los avistajes de ballenas, se lo puede practicar a lo largo de todo el año. El Golfo Nuevo se presenta como un lugar de excelencia, en parte porque sus aguas son extremadamente cristalinas. Además de variados arrecifes, bajo la superficie pueden observarse cardúmenes de salmones, meros, sargos y besugos que nadan entre cuevas y túneles submarinos que se exhiben cubiertos por coloridas colonias de pólipos, anémonas, mejillones, cholgas, esponjas y estrellas de mar.
Así como en Pirámides, en Puerto Madryn, que reposa sobre las mismas aguas pero a 100 kilómetros de distancia, el buceo es una actividad preponderante durante el verano. Con la diferencia de que la ciudad que nació con la llegada de los primeros galeses a la Patagonia está en el top ten en cuanto a servicios turísticos en Argentina. De modo que todo lo que no se hace sobre o bajo el agua, es aquí más fácil de conseguir. Salir a cenar es una extensión de las actividades del día: mariscos y frutos de mar nutren las cartas de sitios como Vernardino, Puerto Marisko, Sotavento, El Almendro o el inmejorable Yoaquina.
Tierra adentro
Antes de continuar explorando la costa vale la pena adentrarse un poco, apenas unos kilómetros, para ver algo del Valle Inferior del río Chubut. Aquellos galeses que desembarcaron en lo que bautizaron como puerto Madryn se instalaron definitivamente a 70 kilómetros de allí, junto al río, en lo que hoy es Trelew. Y aunque las capillas galesas son un punto de interés y las casas de té galés son un imán para el paladar, lo que debiera congregar a todos los visitantes es el fantástico Museo Paleontológico Egido Feruglio. La muestra del MEF recorre la historia de la vida natural desde los primeros microorganismos hasta el nacimiento de la raza humana. Las estrellas, por supuesto, son los fósiles de dinosaurios que poblaban la Patagonia Argentina unos 65 millones de años ha.
Aunque el museo tiene varios programas pensados para los más chicos -incluida una noche llamada Exploradores en Pijamas - el sitio es excelente para espíritus inquietos de cualquier edad. Y la visita se completa con el paseo por el cercano Parque Paleontológico Bryn Gwyn, ubicado en Gaiman, en el que se ven los fósiles pero en el terreno, allí mismo donde fueron encontrados. Subir la barda de apenas 100 metros de altura equivale a recorrer millones y millones de años de evolución prolijamente identificada en sustratos sedimentarios. De ida o de vuelta, no está de más visitar alguna de las varias chacras de agroturismo de la zona. Terminada la incursión continental, el mar hace oír su reclamo. Junto a Trelew se ubica Rawson y formando una misma mancha urbana, Playa Unión. Recostada sobre la Bahía Engaño, frente al mar abierto, es el balneario elegido por los chubutenses y, quizás impensadamente, un buen sitio para incluir el surf en este derrotero. Por su amplitud de mareas y sus características morfológicas cuenta con olas de una altura promedio de 1,5 metros, que normalmente corren con una anticipación de tres o cuatro horas antes de la bajamar. Las mejores zonas son la Curva y Puerto Rawson, que ofrecen huecas y tuberas, especialmente cuando aparece el viento off shore. Dicho sea de paso, en el puerto habrá que continuar la ingesta de platos marineros en la Cantina de Marcelino, un clásico local. Y allí mismo se puede embarcar para avistar Toninas Overas que suelen mostrarse en grupos de hasta 10 ejemplares como si estuvieran contratadas para brindar un excelente espectáculo.
Esto es algo que se repite en diversos puntos del viaje. Los animales alrededor de los cuales se organizan excursiones y avistajes son lo que se llama carismáticos. Así como los osos panda, las ballenas o los delfines lo son. Y en ese rubro, los más sorprendentes suelen ser los pingüinos. No maravillan por su tamaño como los cetáceos ni nadan dibujando filigranas o alardeando con sus saltos. Son ariscos, su graznido es poco agraciado y son torpes. Pero cuando se los tiene a poquísimos centímetros y se los ve multiplicados por miles, captan la atención de un modo hipnótico. Quizás sea esa sensación de que se parecen a pequeñas personitas enfundadas en sus trajes blanco y negro. Sea como fuere, el punto exacto en el que maravillan como en ningún otro es Punta Tombo. Ubicada 110 kilómetros al Sur de Rawson, esta saliente rocosa, casi yerma, es el meeting point de más de medio millón de aves que cada año buscan su nido; si ya la tienen, se reencuentran con su compañera de toda la vida y engendran nuevas crías. Son apenas unos 3,5 kilómetros de costa, junto a la que se ha construido un gran centro de interpretación y todo un circuito de pasarelas elevadas, que permiten estar en medio de la colonia sin molestar a los pájaros También hay senderos a nivel del suelo marcados con piedras blancas. Está claro que no hay que salirse de ellos y los carteles recuerdan más de una vez que no se debe tocar a los pingüinos. Por si alguien infringe la norma, están los picos bastante filosos y agresivos de estos pequeños.
Paraísos para estrenar
Hasta aquí llegó la Patagonia turística, la que se conoce fácilmente. Los cien kilómetros hasta Punta Tombo, con esas grandes extensiones solitarias y la faja azul del mar que se adivina cada tanto en el Este fueron apenas un avance de lo que promete el rumbo Sur. Porque desde Camarones, ubicado a la altura del kilómetro 1640 de la mítica Ruta 3, se inicia un viaje distinto. El de la terra incognita. Aunque es paradójico, la propia Camarones recibió a los españoles en 1535, un año antes de que se fundara la primera Buenos Aires, evento del que un torreón es hidalgo testimonio. Tuvo su segundo hito histórico cuando Juan Domingo Perón pasó allí su infancia, o mejor dicho años después, cuando aquel chico llegó a la presidencia. Un museo, prolijo e interesante da cuenta de esos años.
Pero esto son apenas digresiones, porque desde este pequeño puerto de pescadores se empieza a recorrer el nuevo Parque Nacional Marino Costero. Al igual que como ocurría en Valdés, hacerlo en kayak es una experiencia difícil de transferir a terceros.
Camarones se encuentra en el corazón de una bahía con la que comparte nombre y que culmina en un cabo, el de Dos Bahías. Desde allí y a lo largo de unos 100 kilómetros, se protege una faja que va desde la costa en el Oeste y siguiendo una imaginaria línea trazada 1500 metros al Este de ella. En esa franja, más de 40 islas alojan a pingüinos, cormoranes, gaviotines, ostreros, petreles y patos vapor; también merodean lobos marinos, elefantes marinos y delfines.
Caletas, pequeñas puntas rocosas, playitas desconocidas y un mar azul intenso, de aguas cristalinas. De nuevo, el kayak de mar, una de las actividades outdoors con mayor crecimiento en el mundo del turismo, es el vehículo perfecto para deslizarse suavemente, tocando el mar con las manos y percibiendo desde los pequeños invertebrados y moluscos hasta las extensiones de bosques de algas marinas. Qué tendrán de interesantes las algas es una pregunta legítima. Cuya respuesta está en Bahía Bustamante, algo más que una estancia turística.
El mejor secreto chubutense
Para quien siempre está a la búsqueda de ese destino oculto, de ese punto secreto que un día el resto de la gente descubrirá con asombro, visitar Bahía Bustamante es casi obligatorio.
Con ese nombre se denomina el accidente geográfico ubicado en un extremo del Golfo San Jorge, 250 kilómetros al Sur de Trelew y 180 kilómetros al Norte de Comodoro Rivadavia. También se llama así el único pueblo alguero del país, el emprendimiento turístico y la estancia dedicada a las tareas agropecuarias que contiene a los anteriores.
Estas personalidades múltiples e indivisibles se sostienen en una biodiversidad única. Aquí, entre Bahía Bustamante y Caleta Malaspina, hay nada menos que 21 colonias de reproducción compuestas por entre 1 y 7 especies de aves marinas. Una de ellas el Pato Vapor (Tachyeres pteneres), exclusiva de la zona. Igualmente única es la historia que dio origen a este pueblo alguero.
En 1953, Lorenzo Soriano, español nacido en 1901, llegó a la región buscando algas marinas que le permitieran conseguir un insumo para el fijador de cabellos Malvik que él mismo producía desde hacía unos años. Se encontró en lo que se llamaba entonces Bahía Podrida, nombre que debía agradecerse a las algas en proceso de descomposición. Con ojos de emprendedor y algo de sana locura, el hombre vio allí un futuro distinto. En ese nuevo horizonte aparecieron casas, escuela, iglesia, comisaría, depósitos, talleres y una proveeduría para atender las necesidades de 400 personas, la mayor cantidad de trabajadores que tuvo el establecimiento. Desde el año 2004, algunas de estas instalaciones se convirtieron en las cómodas Casas de la Costa y Casas de la Estepa en las que se alojan los viajeros con buen ojo para descubrir sitios realmente novedosos. Esos mismos viajeros salen a recorrer la estancia a caballo para cruzarse con choiques y guanacos; navegan entre los recodos de costa para certificar que aquí existen tantas aves y animales marinos como declaran las guías y las notas periodísticas; o se esconden en una playa literalmente desierta para disfrutar de una sensación que solo la Patagonia y algunos poquísimas destinos alrededor del mundo pueden dar: estar solo en la inmensidad de la naturaleza.
Quizás lo mejor de la Patagonia sea que apenas un par de horas de auto más al Sur, es capaz de ofrecer hoteles de lujo y restaurantes a tono en Comodoro Rivadavia; y enormes playas llenas de vida con claro tinte de balneario veraniego en Rada Tilly, final del viaje por las costas
Fernando Bello
Comparte tu opinión | Dejanos un comentario
Se deja expresamente aclarado que los comentarios realizados en los espacios de participación del Sitio son de exclusiva responsabilidad de sus autores, pudiendo estos ser pasibles de sanciones legales.